La verdadera
historia del niño salvaje de L’Aveyron (Tomado de Network-Press.org y de otros)
El 18 de
Enero de 1800, un niño desnudo, con la cara y las manos llenas de cicatrices,
apareció en las afueras de Saint-Sernin en la escasamente poblada provincia de
Aveyron en la parte sur central de Francia. El chico, que sólo medía 4 pies y
medio de estatura (1.35 mts. aprox.) pero aparentaba tener 12 años, había sido
visto varias veces durante los dos años y medio anteriores, trepando los
árboles, corriendo en cuatro pies, bebiendo en los arroyos y buscando
afanosamente bellotas y raíces. Había sido capturado dos veces, pero había
escapado. Entonces, en el inusualmente frío invierno de 1799-1800, comenzó a
aparecer en las granjas en busca de alimento.
Cuando el
muchacho de ojos oscuros llegó a Saint-Sernin, no habló ni respondió para
hacerse entender, pero reaccionaba de inmediato ante el sonido de las ramas al
quebrarse o ante el ladrido de los perros. Rechazaba los alimentos cocidos,
prefería las patatas crudas que lanzaba al fuego y recuperaba rápidamente con
sus manos desnudas, devorándolas cuando todavía quemaban. Como un animal
acostumbrado a vivir en la selva, el chico parecía insensible al frío y al
calor extremos, y rasgaba la ropa que la gente trataba de ponerle. Parecía
evidente que había perdido a sus padres desde muy pequeño o lo habían
abandonado, pero de esto hacía tanto tiempo que era imposible saberlo. Durante
un tiempo, el muchacho apareció como un fenómeno intelectual y social, cuando
una nueva perspectiva científica estaba comenzando a remplazar la especulación
mística.
Los
filósofos debatían sobre cuestiones como la naturaleza esencial de los seres
humanos, preguntas que durante los dos siglos siguientes se convirtieron en
fundamento del estudio del desarrollo del niño. ¿Son innatas o adquiridas las
cualidades, el comportamiento y las ideas que definen a los seres humanos?
¿Cuál es el efecto del contacto social durante los años de formación, y se
puede superar su carencia? Un estudio cuidadosamente documentado de un niño que
había crecido en aislamiento podría proporcionar evidencia del impacto relativo
de la «naturaleza» (las características innatas de un niño) y la «crianza»
(educación familiar, escolar y otros factores de influencia social).
Después de
la observación inicial, el muchacho, a quien se le llamo Víctor, fue enviado a
una escuela para niños sordomudos en París. Allí, quedó a cargo de
Jean-Marc-Gaspard Itard, un médico de 26 años, interesado en la naciente
ciencia de la «medicina mental» o psiquiatría. El muchacho era, escribió Itard,
«un niño desagradablemente sucio... que mordía y rasguñaba a quienes se le
acercaban, que no demostraba ningún afecto por quienes lo cuidaban, y quien
era, en síntesis, indiferente a todo lo atento a nada» (Lane, 1976, p. 4)
Algunos
observadores concluyeron que era un «idiota», incapaz de aprender. Empero,
Itard creyó que el desarrollo de Víctor se había limitado por el aislamiento y
que tan sólo necesitaba que se le enseñaran las destrezas que los niños en la
sociedad civilizada normalmente adquirían a través de la vida diaria. Itard
llevó a Víctor a su casa y durante los siguientes cinco años, gradualmente lo
«domesticó». Itard despertó primero la habilidad de su propio pupilo para
discriminar la experiencia a través de un entrenamiento esmerado y paulatino a
las respuestas emocionales así como a la instrucción en moral, comportamiento
social, lenguaje y pensamiento.
Los métodos
que Itard utilizó, con base a los principios de imitación, condicionamiento y
modificación del comportamiento, los cuales lo posicionaron a la vanguardia de
su época y lo llevaron a inventar muchos mecanismos de enseñanza que aún se
utilizan. De hecho, Itard depuró las técnicas que había usado con Víctor,
convirtiéndose en un pionero de la educación especial. El chico logró un
progreso notorio: aprendió los nombres de muchos objetos y pudo leer y escribir
frases simples, expresar deseos, seguir órdenes e intercambiar ideas. Demostró
afecto, especialmente hacia el ama de casa de Itard, la señora Guérin, al igual
que emociones de orgullo, vergüenza, remordimiento y deseo de complacer
Sin embargo,
aparte de algunos sonidos vocálicos y consonánticos, nunca aprendió a hablar,
Además, se mantenía totalmente centrado en sus necesidades y deseos y, como lo
admitió Itard en su informe final, nunca pareció perder su vivo anhelo “por la
libertad del campo abierto y su indiferencia a la mayoría de los placeres de la
vida social” (Lane, 1976, p.160). Las
atenciones y cuidados que se le dispensaron a partir de entonces mejoraron su
estado físico y su sociabilidad, pero los progresos fueron muy escasos, una vez
superada la fase inicial. Por esta época se presentó la pubertad sexual del
muchacho, lo que creó problemas adicionales a su educador. Las esperanzas de
Itard de enseñarle a hablar y a comportarse de manera civilizada resultaron
frustradas y en el segundo informe Itard se daba por vencido y manifestaba su
preocupación por el futuro del desgraciado joven.
Cuando el
estudio concluyó, Víctor - que ya no fue
capaz de valerse por sí mismo, como lo había hecho en la selva – se fue a vivir
con la señora Guérin que, además de otros profesores asignados para continuar
su educación, recibía una remuneración
del Ministerio del Interior por cuidarlo, cerca de veinte años más, hasta su
muerte en 1828 cuando tenía alrededor de 40 años. Un informe elaborado por
alguien que vio a Víctor hacia 1815 no reseñaba ninguna mejora de su situación.